viernes, 12 de octubre de 2007

EL MIEDO Y LA PASIÓN EN LA MALASANGRE

Un alumno de 4to 1era oficia de “crítico” y nos deja sus apreciaciones sobre la obra de la dramaturga Griselda Gambaro.

El miedo y la pasión en La Malasangre.

La Malasangre fue estrenada en 1982, en las postrimerías del último proceso militar.
Griselda Gambaro utiliza el abuso de poder durante el gobierno de Rosas, regido por la violencia y sin más leyes que las impuestas por el régimen, para hablar de la última dictadura.
Benigno, un estanciero, es el representante del poder, es perverso, despiadado y atento a las debilidades de sus semejantes. Simboliza la figura de un tirano. A su lado, Fermín, el criado de la casa y brazo derecho de su amo, disfruta con la sangre de sus víctimas y con los melones que representan las cabezas de los opositores.
El amor, no ya temerario sino suicida, de la hija (Dolores) hacia su preceptor (Rafael), un jorobado a quien se martiriza sin motivo, desatará una nada sorpresiva represalia.Así, se produce un cambio ciertamente significativo en el interior del discurso dramático de La Malasangre, cuando los personajes -víctimas- como es el caso de la pareja "Dolores-Rafael”, se proponen conscientemente dejar de serlo. Para ello se adueñan de sus palabras y se enfrentan al personaje-victimario para decir "no". Es el resurgimiento de la palabra, que ha hecho posible la rebelión, la lucha por la libertad, por la verdad. Es la superación del horror a través de la representación de los lenguajes de la crueldad y la violencia, sin olvidar la importancia que se concede al lenguaje de la gestualidad, de la mirada, del silencio. Hasta el silencio, hasta la palabra reprimida tiene su significación -como ocurría en La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca-: "¡Yo me callo pero el silencio grita!"
El Padre actúa motivado por el odio, al cual él llama amor. La madre actúa llevada por la envidia y el miedo. El novio -en el horizonte de expectativas del matrimonio concertado-, se expresa a través de la relación cruda y brutal con el cuerpo de Dolores, al tiempo que aparece retratado en rasgos tales como la carencia de desarrollo intelectual o la riqueza ostentosa.
La rebelión tiene su origen cuando se revela la traición de la madre, que acaba siendo desenmascarada por la hija, en el marco de un enfrentamiento en el que ésta, a diferencia de aquella, no se resigna ni somete a la autoridad masculina. "El nombre es el destino", dirá Dolores. Porque lo que está dentro de las figuras es el miedo y el deseo reprimido, que se proyecta en una relación brutal con el cuerpo femenino: la violencia y crueldad como forma de exterminio de cualquier amenaza al poder central.
Como desenlace, la pareja protagonista se libera de la represión, sí, pero ¿a qué precio? Ella es condenada a permanecer en silencio y él a morir. Esta doble figura que componen ambos personajes encarna la debilidad frente a la fuerza, la integridad frente a la corrupción, el valor frente al miedo y el amor frente al odio.
El efecto buscado es, al fin, una identificación irónica, distanciada y reflexiva del espectador con lo representado con objeto de concretar un alegato, especialmente intenso, en favor de la integración solidaria de hombres y mujeres para luchar contra la injusticia social: un encuentro de personas, en una apuesta.

Andrés Descalzo